García Márquez, el discurseador

Nada tienen de malo los discursos si alcanzan la calidad de los que se reúnen en el libro Yo no vengo a decir un dis curso Mondadori, 2012 de Gabriel García Márquez. El escritor quiere marcar dis tancia con los discursos en general y con los de los políticos en particular, largas e informales peroratas verbosas cargadas de mentiras y de engañifas para tontos. Las magistrales piezas aquí todas juntas, para delicia de los que crecimos adorando cada nueva obra del colombiano que aparecía, dan buena cuenta de lo que deben ser los discursos por su forma y en su concepción: corta y penetrante la primera demostración de bravura estilística y buen uso de la lengua, aguda y cautivadora la segunda demostración de alto dominio en la comprensión de los hombres y del mundo. En su lenguaje y en su filosofía, nada sobra o falta en estos textos leídos por un escritor que no se sentía con ganas de dar un discurso y que, gracias a este desapego, revitaliza un género tan maltratado en nuestros espacios. Todos imprescindibles para conocer al escritor y su clamor frente a los problemas del mundo que vive, ese universo latinoamericano que él ha ayudado tanto a conocer y a divulgar, algunas de las piezas tienen en sí un valor adicional, ése que proviene de la circunstancia que lo ha motivado. Aunque la casi totalidad del libro responde así a ese prodigio que anuda palabra y realidad, algunos de los discursos se han hecho más célebres que otros. Sin querer que esta lista sea sino una personal que comparto, lucen con más luz las palabras pronunciadas en la entrega del Premio Rómulo Gallegos, en Caracas; en la apertura del I Congreso de la Asociación de Academias, en Zacatecas canto a la...

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