El golpe permanente

Cuando se molesta pierde la gracia. No lo puede evitar. Se le nota enseguida. Por más intentos que hace, no le sale. La sonrisa está torcida. La mueca risueña no convence. El humor se le resiste. Le cuesta actuarlo. Quizás es lo único que no puede fingir. Volvió a pasarle en la rueda de prensa de esta semana. No le gustaron las preguntas que le hizo el primer periodista. Trató de disimularlo, pero no lo logró. La intolerancia es un impulso voraz. No pudo dominarse: le preguntó por su apellido. Luego por su lugar de nacimiento. Después le preguntó si conocía su programa de gobierno, si tenía hijos, si había leído alguna vez a Carlos Marx. Ante nuestros ojos, se transformó en un interrogador, en un acosador. Parecía desesperado. No pudo controlarlo. Aun detrás de las bromas fallidas, se le veía un ansia, una empecinada necesidad de agredir. Recordó en ese momento unas frases que suele decir con frecuencia y que también en esa oportunidad mencionó. Repitió que en 1998 la revolución se hizo gobierno pero que, en rigor, la revolución había comenzado mucho antes, el 4 de febrero de 1992. Sentí de pronto que ese ha sido uno de sus esfuerzos más grandes durante todos sus gobiernos: convencer a todo el mundo de que él no es un golpista sino un revolucionario. De que lo que vivimos no es un proceso de concentración de poder sino un gran acto de amor. Lleva 13 años manoseando el diccionario de la historia e intentando cambiar la semántica del país. Pero no puede evitarlo. A él también se le ve el bojote. Cuando las cosas no salen como quiere, cuando no dicen lo que desea, entonces amedrenta, castiga, obliga. La Habilitante que acaba de terminar es, a partir de varias de las leyes aprobadas, una versión de un golpe a un acuerdo democrático, una forma supuestamente legal de imponerle al pueblo lo que el pueblo rechazó en el referéndum democrático del año 2007. Así se comporta. Ahora desde el marco de la Constitución. También, en la misma rueda de prensa de esta semana, afirmó que nadie podía impedirle que hiciera cadenas. Fue una burla prepotente. Todo el país sabe cómo usa las cadenas como espacio de propaganda. Es otro acto de fuerza en contra de la legitimidad. Ya no le importa. El primer síntoma de la enfermedad del poder es la ceguera. Tal vez el golpismo sea una vocación, una forma de vida. Todo el trabajo que desde el Estado, aprovechando sus recursos y posibilidades, se...

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