Gualberto

Cuando los reflectores iluminan el extremo del escenario, lo que vemos aparecer es una figura cabizbaja y de andar tembloroso. Se acerca el micrófono a la boca y lo que escuchamos es un remedo de aquella portentosa interpretación que fuera admirada dentro y fuera del país. Empobrecido de facultades y de seguridades, Gualberto Ibarreto recibe, sin embargo, una ovación que ahoga los versos y lo suspende en una nube de veneración que lo iza hasta el centro del tablado. ¿Qué está pasando? ¿Cómo se explica que el exigente público de la sala Ríos Reyna del Teatro Teresa Carreño tribute semejante aclamación a este hombre afónico y tatareto? Canciones que por décadas han circulado en su sangre deben ser leídas en un generador de caracteres y hay momentos en que se ve forzado a orientar el micrófono hacia el público para que este complete los coros mientras él recupera el aliento. Pero al final de cada canción el público ruge su aprobación con palmas y bravos. Al término de la primera pieza, Gualberto Ibarreto, El Pilar, estado Sucre, 12 de julio de 1947 hace lo que nadie le está pidiendo: ofrece disculpas por su calamitoso estado. Dice que tiene días mejores y peores, que ahora acaba de pasar una bronquitis, pero que va a enfrentar el reto poniéndole corazón. Este compromiso es sellado por la audiencia con un aplauso que lleva el perfume de las almas enfervorecidas. ¿Cómo logra este artista casi va ciado de facultades, olvidadizo de las letras que ha sembrado en la memoria de varias generaciones, ser, no obstante, vitoreado por una sala llena hasta reventar? ¿De qué es metáfora este prodigio? En la segunda parte del espectáculo, Gualberto persiste en su inventario de siniestros, recuerda que su vida estuvo marcada por la disipación y que le dio muchas mortificaciones a su familia y al país. Confiesa que bebía todos los días y que llegó a extremos tales que incluso los borrachitos de los bares de mala muerte, donde solía terminar la jornada, le decían que él no tenía derecho a descalabrar se hasta ese punto, porque la voz de Gualberto pertenece al pueblo de Venezuela. Para el momento de esta confidencia, la metáfora ya era nítida: lo que el público aplaude...

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