Gutenberg en El Buscón

Si no hubiera existido Gutenberg no habría existido El Buscón, y no imagino qué estaría haciendo ahora K. Esta es una prueba de lo que significan los inventos en la vida de las personas. Sin Gutenberg, la K probablemente no existiría y Katyna tampoco, y nosotros seríamos más pobres de espíritu de lo que somos. Gutenberg fue el que puso a pensar a la gente. Antes de Gutenberg sólo leían aquellos privilegiados que, como reyes, príncipes y papas, disfrutaban de las grandes fortunas que les permitían pagar los pergaminos. La imprenta de tipos móvi les sustituyó a los refinados copistas medievales. Apareció la Biblia de Gutenberg, y así se fueron eclipsando privilegios monárquicos y papales, y durante cinco siglos todos los plebeyos del mundo pudimos leer y contagiarnos con ateos y heréticos, a pesar de que la Santa Inquisición trató en vano de defendernos. Casi todos nos echamos a perder y terminamos incinerando a Torquemada y Savonarola, grandes quemadores de libros, y a sus imitadores de todos los tiempos. En esto andamos todavía porque como las salamandras los inquisidores resisten al fuego y reaparecen con obstinación. Un miércoles de junio fui a El Buscón. Con el entusiasmo infantil con que Katyna celebra las cosas gratas, me mostró una colección de biografías con bellas ilustraciones, editada en España en 1930 por la editorial Araluce, la editora de Doña Bárbara en 1929. Vi biografías de personajes tan distintos y lejanos como Napoleón, George Washington, don Miguel de Cervantes, don Francisco Pizarro, don Felipe II, doña María Antonieta, don Francisco de Quevedo y Villegas, y don Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios y, como era previsible, del gran Johan Gutenberg. Guiado por una mano mis teriosa tomé la biografía de Gutenberg. Fue escrita por Álvaro de la Helguera. Página tras página disfrutaba de los dibujos cuando, de pronto, apareció un billete de 10 dólares que no tenía nada qué hacer con Gutenberg pero que era una consecuencia remota de su invento, impreso en 1950 y con el rostro de Thomas Jefferson, personaje de mis aficiones desde que leí cómo se paseaba por los Campos Elíseos del brazo de la bella Sally Hemings, su esclava negra, a la cual seducía con joyas y perfumes durante su tiempo como embajador de Estados Unidos en la Francia prerrevolucionaria. Se produjo entonces en El Buscón una querella jurídica y moral acerca de la pertenencia del hallazgo pues, se trataba de un billete de colección, viejo...

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