Guyana y Venezuela

La política exterior del Gobierno bolivariano se parece a un agujero negro. Nadie sabe hacia dónde va ni qué se propone. Nadie sabe qué piensa de las relaciones con el mundo. Lo único visible es su confrontación sistemática con Estados Unidos, o sea, en lenguaje revolucionario, "contra el imperio", y otro aspecto también evidente es su alianza con países como Irán, Bielorrusia, Zimbabue, y con el coronel Muamar Gadafi, donde quiera que se esconda. Y, desde luego, con Cuba, la metrópolis, el modelo que se quiere imitar, la fuente de todas las inspiraciones.

Con todo, esto no define una política exterior de Estado, sino una posición ideológica del jefe del Estado. Los intereses permanentes de la nación no cuentan ni están presentes en ese tipo de relaciones. Si nos imaginamos un cambio de gobierno, perfectamente previsible porque la Constitución garantiza la alternabilidad republicana, de esas relaciones no quedaría nada.

Anotamos esto simplemente para demostrar lo efímero del modelo bolivariano. El Gobierno no quiere nada con la OEA, y en cuanto a órganos del sistema, como la Corte Interamericana de Derechos Humanos, simplemente no es más que "un cero a la izquierda", según la expresión presidencial.

El Gobierno bolivariano quiere a Unasur por una razón simple. No tiene Carta Democrática ni quien vele por los derechos humanos de los ciudadanos. Es un club de mutuas complacencias. Unasur es un paso atrás. Esto conviene decirlo para que nadie se llame a engaño. O, mejor, para que Unasur sea discutida y no pase como una alternativa latinoamericana. Lo puede ser y lo debe ser, sin duda...

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