Henrique Capriles Radonski

El 7 de octubre será el día que nos liberaremos de la anarquía como política de Estado y del Estado como instrumento de dominio personal. Un día que, con el esfuerzo de cada uno, rescataremos a Venezuela y volveremos a tener un país, a tener derechos y deberes, a partir de ahora con una conciencia que antes no tuvimos. Fortuna grande le deparó el destino a Henrique Capriles Radonski. No recuerdo ningún caso en la historia republicana de Venezuela en que un hombre haya logrado, como él, representar de manera tan cabal las expectativas de libertad, equidad y democracia de toda la nación. Henrique Capriles Radonski ha llevado a cabo una campaña electoral muy poco común en Venezuela. En un tiempo de mentiras, no ha mentido. En un tiempo de agresiones, no ha agredido. En un tiempo de aniquilación del adversario, ha apelado a la tolerancia. En un tiempo en que desde el poder se reparten fusiles Kalashnikov, ha promovido la convivencia. En un tiempo en que se prometen seis años más de odio y de rencor, él ha postulado la concordia. En un tiempo en que la gran promesa es la prolongación de la hegemonía personal, él propicia la alternabilidad. En un tiempo de pensamiento único, aboga por la pluralidad y la diversidad. En un tiempo en que se enajena el territorio a una potencia extranjera como China, país al que se le entregó la realización del mapa minero de Venezuela, él promete resguardar la soberanía. Ha comprendido con lucidez lo que queremos los venezolanos. Entendemos la democracia como una forma de vida que exige ir más allá de las formalidades. Una sociedad democrática implica como condición primordial una equitativa distribución del ingreso, salud, empleo, vivienda, educación, para toda la población. Que no haya hambre, ni excluidos ni minorías privilegiadas. No obstante, al hablar de una equitativa distribución del ingreso, el postulado debe ser complementado con la lógica de la naturaleza de las cosas: para distribuir hay que crear riqueza, porque de lo contrario la sociedad caería en la maldición gitana de que el hambre es lo único que repartido entre más toca a más. Una sociedad democrática se define por su capacidad de promover el ejercicio de las libertades al tiempo que impulsa la justicia social propia de una sociedad de iguales. Contra la democracia así concebida se contrapone la revolución autocrática. Esta revolución significa presidencia vitalicia, gendarme necesario, sumisión de los poderes del Estado, desaparición de los...

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