El hermano sirio

Nadie entiende qué busca el Presidente de la República cuando sistemáticamente enloda el nombre de Venezuela al proclamar que los más crueles dictadores del mundo son "hermanos del alma" del pueblo venezolano. La única explicación posible es que el jefe del Estado los admira por ser déspotas totales y no estar obligados a mantener las ficciones democráticas que tanto le pesan y fastidian a nuestro mandatario.

Ayer le tocó el turno a Bashar Al Asad, presidente de Siria, que heredó el mando a raíz de la muerte de su progenitor. Al Asad, el viejo, formó parte de esa serie de golpes de Estado que fomentaron, pacientemente, los agentes soviéticos en el Medio Oriente y que centraron su actividad de agitación en los círculos de jóvenes oficiales que se alzaron contra monarquías y regímenes árabes corruptos después del fin de la Segunda Guerra Mundial.

Tanto en Egipto como en Libia, Irak y Siria, los jóvenes oficiales convergieron sobre tres ideas fundamentales: la creación de un Estado moderno, civil y centralizado; la militarización de las instituciones públicas y una política exterior basada en una férrea orientación nacionalista que los alejaba de la política de bloques de la Guerra Fría.

Sin embargo, no dudaron en firmar grandes acuerdos de provisión de armamentos y asistencia técnica militar con la Unión Soviética y sus países satélites de Europa Oriental. Eso les permitió darle un sesgo "progresista" a sus regímenes dictatoriales porque, en verdad, no eran otra cosa. Incluso en Argelia, luego de la valiente y prologada lucha revolucionaria de independencia y la victoria final contra Francia y su política...

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