Historia de una camarera

Encima de la cama estoy, sin sueño, está amaneciendo en Cádiz, se oyen gaviotas trayendo el nuevo día, que yo no sé si viviré, porque tengo ganas de morir, y llaman a la puerta, y es el servicio de habitaciones, que me trae un desayuno delicioso: pruebo un poco de todo, y he salido desnudo a recibir mi bandeja, y una camarera veinteañera se ha ruborizado, es la playa y el mar, le he dicho con acento francés, fingiendo ser un turista, y ella iba tan guapa con su bata azul, y tan limpia y tan mona, y cómo se notaba lo bien que había dormido; ven, pasa, le he dicho, enséñame el color de tus bragas y te daré diez billetes, solo quiero saber de qué color son y tal vez si están ya un poco viejas, cuánto te pagan en el hotel, enséñamelas y luego te dejaré mi cartera y coges lo que te dé la gana. Está bueno el café, el cruasán lleva miel y las frutas están maduras, y ella ha puesto una pierna sobre la silla y se ha subido la falda y no llevaba bragas, me ha enseñado su culo, su precioso culo de camarera y se ha reído un buen rato, y casi me ha apetecido tocarle el culo pero para qué hacerlo, para qué acariciar una bestia salvaje como esta que se esconde bajo la apariencia de una inocente camarera, con ver su carne dulce y su muslo firme, el vello suave, ordenado, me basta, y le he dado un...

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