Hollywood se aferra a la melancolí­a

Si el año pasado las candidatas al Oscar a la Mejor Película se inmiscuían, con mayor o menor profundidad, en el alma de personajes al límite de sus existencias y circunstancias, en 2012 se observa una clara tendencia a revisar el pasado, bien desde la mera recreación formal, como es el caso de Caballo de guerra de Steven Spielberg, o bien desde la añoranza y el homenaje, como ocurre con The Artist de Michel Hazanavicius y Hugo de Martin Scorsese. El inseguro monarca británico, la bailarina enajenada por la búsqueda de la perfección, la pareja de lesbianas que vive una crisis familiar, la adolescente vengativa y también la que lucha por mantener su hogar y el boxeador que se debate entre un hermano yonqui y una madre igual de tóxica han cedido el protagonismo a otras criaturas. El foco se centra ahora en un actor de películas mudas que cae en desgracia cuando el cine aprende a hablar, en el álter ego de Georges Mélìes encarnado por Ben Kingsley, en unas sirvientas negras que en los años sesenta pelearon sus pequeñas batallas caseras contra el racismo, en un escritor en ciernes que se topa a medianoche con sus dioses literarios, en un niño que intenta aclarar los misterios del 11-S y en un matrimonio de la década de los cincuenta cuyo hijo mayor descubre lo dolorosa que puede ser la llegada de la madurez.

A pesar de haber sido rodada en blanco y negro y sin sonido (aparte de la música), el éxito de The Artist proviene de su espíritu old fashion. Sus imágenes resultan atrayentes porque recuerdan las cintas de Fred Astaire, Ginger Rogers y hasta los Comedy Capers. Sin embargo, la propuesta de Hazanavicius no reproduce con exactitud el estilo visual de las películas de la época que recrea. En este caso, el uso del blanco y negro no responde como en Manhattan de Woody Allen o El odio de Mathieu Kassovitz a planteamientos estéticos-discursivos, sino a una mera formalidad: The Artist debía parecer una película antigua. Sin más. Scorsese, por su parte, deja atrás sus calles peligrosas llenas de "buenos muchachos" y en un inédito registro infantil toma como excusa la historia de un niño huérfano que vive a escondidas en una estación de trenes de París para homenajear al creador del cine espectáculo, Georges Méliès. Todo ello en el marco de la más avanzada tecnología estereoscópica (3D). Y se entiende por la campaña que por años ha liderado el realizador de Toro salvaje por la restauración, conservación y difusión del patrimonio cinematográfico...

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