HUGO ve París desde un reloj

E l viaje a la Luna 1902 está allí a la mano en la licuadora de Youtube.com, junto con las presuntas pruebas de que el Apolo 11 jamás aterrizó en el satélite terrestre, ese que Georges Méliès 1861-1938 convirtió en una galleta tuerta por culpa de un cohete y habitado por hombrecitos saltimbanquis que se vuelven humo cuando se les pega con un paraguas. Méliès, que se ganó la vida como mago, fue uno de los primeros que entendió de inmediato que el cine era espectáculo e ilusionismo, no una curiosidad científica. En La inven ción de Hugo Cabret, el director contemporáneo Martin Scorsese recuerda al pionero de los efectos especiales a través del 3D, un prodigio que sirve a los mismos propósitos de Méliès: causar asombro, dar sensación de vida y profundidad a lo inerte, hacer visible lo que era sólo imaginable. Hugo Cabret Asa Butter field, un actor inglés de 14 años de edad no va al colegio. Es un huérfano fascinado por los mecanismos de relojería, parapetado detrás de minuteros y segunderos en la torre de la estación de tren de París y que, como el Jean Valjean de Los mi serables, ha sido marginado de la sociedad por robar para comer. Desde su atalaya de puntualidad, espía a un vigilante con una rudimentaria pierna biónica Sacha Baron Cohen y a un abuelillo malhumorado que repara juguetes Ben Kingsley. Hugo admira a las máquinas: a diferencia de muchas personas, ellas están hechas para cumplir un propósito. Cuando alguien pierde su objetivo, es como una máquina rota, reflexiona. Scorsese lleva visualmente la metáfora más lejos y convierte todo París en el mecanismo...

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