Imbecilizados

La camarilla ordena ver el techo cuando empieza la zaparapanda de golpes y puntapiés. Se ensañan con las mujeres y los débiles, y los acusan de fascistas, de ser la derecha canalla y asesina. Ellos, los que mandan, son buenos y puros, amantes de la paz, con el corazón lleno de amor y ternura; hablan de solidaridad, de hermandad, de humanidad, pero al menor sobresalto sacan la pistola y disparan.Se mueven en la sombra y atacan por la espalda con nocturnidad y alevosía.No les interesa la revolución sino el poder. Hablan de Marx y desconocen a Hegel, repiten consignas del estalinismo con la misma candidez que lo hicieron nuestros abuelos cuando desconocían el mundo de terror y muerte que se ocultaba detrás de la cortina de hierro, que no sólo eran campos de concentración, sino también trabajo esclavo, exclusión y corrupción en todos los niveles con total impunidad.Stalin jamás abrió los sobres de su salario. Como los recibía los guardaba en una gaveta, y ahí los encontraron cuando quedó descerebrado por un accidente cardiovascular. Jamás pagó nada con lo que ganaba por ejercer el cargo de secretario general del Partido Comunista Soviético, pero en su mesa no faltaba el mejor vino, el caviar más exquisito, la langosta más tierna y jugosa; regalaba carros lujosos a sus colaboradores y pieles, relojes y joyas a sus amantes. El tesoro público era suyo y metía la mano a capricho, como ahora.Mientras millones de habitan tes morían de hambre, el Estado soviético contaba con enormes cantidades de dólares para convencer al resto del mundo de que los rusos...

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