Lo imperceptible

No es por afán de convertir la vida pública en objeto de sobreinterpretación, pero a veces parece que este proceso término ominoso, mismo que usaban los militares argentinos para referirse al suyo que ya termina, exige más hermenéutica que política, más arte de la interpretación que de la negociación. También existieron los famosos kremlinólogos, por ejemplo, para leer a la Unión Soviética y su régimen oracular. Es propio de los sistemas despóticos construir un mundo para los iniciados, para los de adentro, con su propio código, inaccesible a las masas que por su parte son alimentadas con una realidad distinta especialmente diseñada para su consumo. Esto plantea grandes obstácu los para la acción política. Porque ambos mundos, el esotérico y el exotérico, son igualmente eficaces en su operatividad política y, desde luego, no están perfectamente separados. Pero, sobre todo, porque la lógica de esta distinción entre los poderosos y los súbditos es repugnante para cualquier temperamento democrático. Las circunstancias favorecen, como en cualquier escenario hermético, a los charlatanes, a los profetas callejeros, a los moralistas de sillón y de teclado, siempre atentos a lo obvio y cómplices muchas veces no tan involuntarios del propio hermetismo que los genera. Claro que en las con diciones actuales, que se han ido tejiendo como un episodio más de la Gran Épica Necesaria, no es fácil concentrarse en la lectura política que hace falta. En medio del agravamiento de la salud del Presidente electo, se produjo una guerra de mensajes más o menos crípticos que dejaban ver cómo se metabolizaron, en el interior del régimen, las instrucciones que el propio Chávez dejó para asegurar el orden sucesorio. Instrucciones, por cierto, perfectamente ajustadas a la Constitución, y no deja de ser importante, y diríase casi que crucial, que un individuo tan poco embarazado por las restricciones y mandatos constitucionales, se apegue a ellos de ese modo. Es crucial porque la línea implícita es que Chávez reconoce que conservar la legitimidad cons titucional es la única manera de atajar apetencias que, de desbocarse, aplastarían el trabajo simbólico más importante de estos catorce años, que es cumplir la fantasía allendista de una revolución...

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