Los imperios

El escritor mexicano Luis Humberto Crosthwaite, quien ha convertido a Tijuana en una ciu dad literaria y ha creado una nueva gramática de la frontera, ofrece en las pocas líneas de un diálogo un retrato de las dificultades que tiene la mentalidad oficial gringa en sus relaciones con Latinoamérica: ¿Qué trae de México?, pregunta un guardia en la alcabala terrestre que separa los dos países. Nada, contesta el viajero local. ¿Qué trae de México?, insiste impertérrito el oficial. Nada, reitera con franqueza el transeúnte. Tiene que contestar sí o no, acota el uniformado, antes de repetir la pregunta: ¿Qué trae de México?. No, contesta entonces el visitante. Está bien. Puede pasar. A esta mentalidad, además, hay que sumarle la prepotencia y el extravío con que, en la mayoría de los casos, Estados Unidos ha llevado su relación con los países de América Latina. Cualquier revisión de la historia puede llenar un museo de errores y de abusos, de distintas formas de violencia y de intervención. En ese contexto, probablemente la relación con Venezuela sea de las más peculiares, tenga el mismo rango de complejidad que la que tienen los países limítrofes. Nuestra vecindad posee la condición íntima de la mutua dependencia económica. Nuestra frontera es el petróleo: una línea más contundente e inflamable que el río Grande. Que las relaciones entre el Gobierno de Venezuela y el Gobierno de Irán sean preocupantes, que levanten más de una suspicacia o una alarma, no justifica que de manera unilateral el Gobierno de Estados Unidos decrete una sanción en contra de Pdvsa. La pretensión norteamericana, que supone que ellos son la conciencia y la autoridad del planeta, todavía no entiende que el futuro del mundo no puede dirimirse en el Pentágono. Obviamente, se trata de un movimiento político. Y entonces, nuevamente, aparece la torpeza del guardia que sólo puede esperar y aceptar del extranjero dos respuestas: sí o no. Como si aparte de esos monosílabos no existiera nada. Como si los otros sólo fueran un dato previsible. Al leer la noticia, pensé de in mediato en Eva Golinger. No hay duda: el Gobierno norteamericano está financiando al PSUV. Eso pensé. Esa sanción, simbólica como advierten algunos analistas, es, sin embargo, un regalo maravilloso para Chávez y para el partido de gobierno. Les ofrece, al menos, la posibilidad de reeditar otra vez la pasión...

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