Candelitas infructuosas

Si me preguntan sobre los motivos que pueda tener para protestar en la Venezuela de nuestros días, me pondrían en un aprieto. Viviría entre cavilaciones. Pero el rompecabezas no sería provocado por la carencia de razones para levantar la voz, sino por su abrumadora abundancia. Por ejemplo, podría pintar unos cartelones para lamentar que los hijos se hayan marchado para el extranjero porque aquí no encontraron el trabajo que deseaban y merecían. O porque me asaltaron en la avenida Libertador a las 2:00 de la tarde, hace meses, para llevarse trescientos bolos y para dejarme un susto que no se me quita cuando siento a la gente caminando a mis espaldas por las aceras. O por la cara tensa de Rosalba cuando regresa del mercado diciendo que esto no se había visto jamás y que también quiere que hagamos maletas, como si tuviera yo la edad de mis muchachos para emprender una aventura de incertidumbres. O por dos espejos del carro que me partieron los motorizados en la autopista, mientras el policía hablaba por teléfono observando cómo yo le reclamaba al aire. O por el precio de las medicinas requeridas por los achaques, si se encuentran en la botica. O por la consulta que pagué en la clínica, ante cuyo monto imaginé que salía más barata en Nueva York.Motivos personales, quejas de clase media, se pudiera afirmar, pero no tanto como para pensar que refieren el predicamento de un individuo o de un segmento de la sociedad perseguidos por la mala suerte. Se sabe que es una experiencia generalizada.¿Por qué? Infalible encuesta: en cualquier lugar, rico o pobre, la gente cuenta historias parecidas o mucho peores con nombres de personas conocidas y cercanas que han sido secuestradas y asesinadas, con direcciones y paisajes del vecindario, como para que los tontos y los desvalidos y los menesterosos y los temerosos no nos sintamos solos y nos consolemos en cálida compañía. O en cualquier lugar se leen los periódicos, obligados a imprimir cuerpos gordos de páginas rojas y de crónicas de carestías, si no les faltara el papel que les niega el gobierno. Así lo personal se vuelve colectivo a la fuerza, la peripecia individual se convierte a juro en calvario panorámico, para transformarse en ingredientes de una sensibilidad dispuesta a la combustión. Porque a nadie en...

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