Institucionalidad y trascendencia II

Es realmente sorprendente cómo el gobierno de la América Latina que más elecciones ha ganado, y que en múltiples ocasiones más apoyo popular ha tenido, se muestre tan timorato y receloso en el cuido de su capital político. Debe ser por ello que lo conserva tanto. Quema los recursos económicos que tiene y los que no tiene también, se deshace en ofertas políticas que le costara más que un ojo de la cara cumplirlas, destruye cualquier base de institucionalidad y transgrede incluso sus propios principios ideológicos, cuando la realidad se lo reclama, con tal de mantener una popularidad cercana o por encima de 60%. El capital de respaldo que acumula, obviamente, es para mantenerse en el poder. Para seguir aguardando el momento en que las condiciones objetivas como enseña el materialismo histórico que profesan indiquen que el esperado instante de la radicalización ha llegado y entonces allí aplicar lo que nadie sabe, ni siquiera sus propios promulgadores, qué es. Ese permanente juego de cuidar el corto plazo nos va llevando al derrotero de la crisis permanente o de la inviabilidad como un estadio definitivo, y no, como muchos quisieran creer, uno transitorio que conduce a algún otro seguramente mejor. Pero lo más grave de lo que estamos y vamos a vivir, dada esta parálisis de la acción gubernamental que se avecina, es lo que ya se sabe que le ocurre a toda institución incluidas las públicas que dependen de una persona y, en consecuencia, no construyen procedimientos universales...

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