La invención de la intimidad: el Laberinto veneciano de Marina Gasparini

En un libro insustituible, John Snyder sostuvo que el ensayo, tal como lo conocemos desde Montaigne, suele convertirse en vehículo de una religión laica en que el hablante blasfema con un irónico Soy el que Soy: lo crucial del gé nero es que posibilita un persistente y desafiante ejercicio de la voz Prospects of Power: Tragedy, Satire, the Essay, and the Theory of Genres, Lexington: University Press of Kentucky, 1991, p. 151.

Tal opción, inteligible en sociedades como la moderna, desgarrada entre la autoridad teóricamente impersonal de la ciencia y formas de conocimiento que esta contribuyó a marginar desde el siglo XVIII, han convertido al ensayista, para la fenomenología de lo literario al menos, en un complejo eslabón entre el intelectual y el artista, entre el hombre real y el personaje, entre el saber y la imaginación, lo cual se percibe de manera muy explícita con el surgimiento de criaturas como el Zaratustra de Nietzsche, el Próspero de José Enrique Rodó o el Luder de Julio Ramón Ribeyro en obras cuyos lectores consideran en todo momento dedicadas a la reflexión, no ficticias.

Algo similar podría aseverarse de las poses --en el mejor sentido del término: performances-que cons truyeron página a página Miguel de Unamuno, Rufino Blanco-Fombona o Ezequiel Martínez Estrada para presentar con efectos de urgencia e inmediatez sus ideas: el ensayista como figura, respectivamente, apasionada, vehemente o patética.

La ironía de esa empecinada exploración de lo subjetivo radica en la inversión de los valores de la identidad que acaba sugiriéndose, pese a la superficial atención que se le presta al pensamiento individuado y no proveniente de los inhumanos orbes del método con que la ciencia fantasea: el omnipotente Soy se revela, de pronto, como palabra despojada de sustancia, signo sin referente estable, lleno solo de frágil verbalidad. Todo esto justifica que Borges haya sentenciado con rigor y poder de síntesis que Montaigne merece nuestra memoria, en particular, por haber sido el inventor de la intimidad Obras completas, Buenos Aires: Emecé, 1991, vol 3., p. 202. Desde una intimidad cui dadosamente inventada, es decir, sin aspavientos románticos o confesionales, indisociable del lenguaje, nos habla el personaje-autor que Marina Gasparini Lagrange ha creado en su Laberinto veneciano Bar celona: Candaya, 2011, 126 p.. La cuestión del género resulta desde el principio insoslayable porque no sería demasiado extraño suponer equívocamente en el...

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