La inyectadora asesina

Sin ninguna expectativa, más bien con condescendencia, me senté ante el último capítulo de El árbol de Gabriel Vene visión. En Venezuela podrá haber un campeón de Fórmula Uno, pero sigue existiendo el viejo arte de confeccionar el final de una telenovela. Las piezas sueltas se van asociando como las tarjetas de un juego de memoria: Brenda se queda con Felipe, Gloria con Epi, Julieta con Seis Nueve y Zuleika con el Chigüire. Carmen Garcés, la Laura Bozzo venezolana, era un hombre, y para que no quedara duda la nariz de Roque Valero ya era suficiente prueba se quedó en medias panty y abrió las piernas ante las cámaras. Al enfermo terminal Gabriel León, el famoso animador de TV, le donó un riñón su rival del rating, Ricardo, que era su hermano. Angie Sorelli, una villana, terminó vendiendo opciones de resort con la ba rriga al aire y la delgadez de la cintura de su intérprete, Myriam Barbie Abreu, me hizo dudar de que ahí adentro cupieran sus órganos vitales. El árbol de Gabriel no fun cionó, entre otras razones, por la crucial inexistencia de química entre los protagonistas, Magdalena Daniela Bascopé y Gabriel Jorge Reyes. En el capítulo final, cuando se reconciliaron en la jefatura civil donde se iba a celebrar la frustrada y disparatada boda de ella con Maximiliano Carlos Cruz, parecían la reunión del pingüino de Happy Feet con la ardilla de La era del hielo sobre el iceberg del Titanic. Lo más bonito del matrimonio religioso fue el vitral de la iglesia de Prados del Este. Para mí, más emotivos fueron los engarces de la obesa Brenda Mariely Ortega con el atlético Felipe Francisco Medina, con beso iluminado por velas mientras los espiaban las oficinistas de la productora de TV a través de la persiana, y sobre todo el de la malandrita Zuleika Greisy Mena con el Chigüire Deibis José Ramón Barreto. Yo pensaba que un paseo en moto o un acostón en la pieza era amor...

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