La ira y las palabras que elegimos

Elegir las palabras con que nos expresamos es un rasgo de Ciudadanía. Mientras que el derecho al voto se ejerce de cuando en cuando, el modo en que vivimos y nos posicionamos ante el mundo adquiere su realidad en las palabras. Cuando hablamos, tengamos mayor o menor conciencia de ello, afirmamos o negamos nuestra vocación por la convivencia.Y, entre las innumerables variantes que acepta la palabra, en la lógica específica de estas notas, Ciudadanía remite a la disposición a convivir, a la disposición a elegir las palabras que faculten la convivencia.La lengua es la primera vícti ma de la polarización. Somos testigos y también protagonistas de una persistente voluntad de descalificación que se acrecienta en la atmósfera nacional.Vivimos tentados por los dilemas. Nos olvidamos del poder embrutecedor que tiene el orden binario, el mundo de buenos y malos. Dividir la sociedad en dos pedazos tiene una muy evidente consecuencia: nos mete a todos en uno u otro saco. Pero hay algo más gravoso: merma nuestra capacidad de comprensión. Nos aleja de la complejidad. Anega nuestros sentidos de precauciones y sospechas. Nos carga la psique de temores. Y nos coloca siempre a una distancia muy corta de la frase insultante, de la palabra irremediablemente injusta no podemos obviar que el principio rector de la sociedad totalitaria es la partición de la sociedad en dos bloques, para luego provocar la aniquilación de uno por el otro.Y aquí llegamos a una cues tión que es primordial: a di ferencia de las palabras que anuncian una acción, el insulto o la difamación son performativos: son el hecho, la acción.En el mismo acto de pronunciar, se rebaja o degrada la condición del otro. El ataque verbal, la descalificación tiene una ventaja: es...

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