Juan Luis Herrera, Placeres intensos

Decía el antropólogo español Julio Caro Baroja sobre el Carnaval: Romper el orden social, violentar el cuerpo, abandonar la propia personalidad equilibrada y hundirse en una especie de subconsciente colectivo. ¿Hay algo más dionisíaco en esencia?. Dioniso vuelve a descender por estos días las empinadas callejuelas de las favelas de Río de Janeiro para borrar del paisaje más inmediato de los cariocas lo habitual, lo cotidiano. Y la ciudad, aferrada a la be lleza de su naturaleza, pero también asaltada por la violencia, el desencanto y la fatigosa búsqueda de la felicidad posible, será liberada por el dios griego, o más seguramente por algunas de sus expresiones sincréticas, para que sus habitantes, los propios y los extraños, los permanentes y los ocasionales, dejen a un lado la normalidad y se entreguen a la locura, al éxtasis de la máscara y los cuerpos semidesnudos, y se sumerjan en esa especie de realidad paralela que se vive a ritmo de samba. Cuando el cineasta francés Marcel Camus decidió llevar a la pantalla grande la pieza teatral de Vinicius de Moraes Orfeu da Conceição, inspirada a su vez en la tragedia de Orfeo, entendió que detrás de las carrozas, de los desfiles, de la música y el baile desenfrenados, se halla el más genuino rostro del ser brasileño. Una especie de alegría decadente, de felicidad con final triste, de celebración con la procesión por dentro, que está presente en ese clásico del cine que es Orfeo...

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