A jugar se ha dicho

Tú eres de arriba, yo soy de abajo; vamos a caernos a plomo, le dice el chamito de cinco años a su primito de seis exhibiendo ambos su respectivo palito empuñado a guisa de pistola. Toda la vida y en todo el mundo los niños han, y hemos, jugado al enfrentamiento de buenos contra malos: indios y vaqueros, policías y ladrones, en España moros y cristianos. En los ilustrados colegios europeos, entre romanos y cartagineses se dirimían los debates escolares. Fuera justa o no la ubicación ética de los unos y los otros, en el lúdico conflicto se escenificaba la eterna lucha entre el bien y el mal que era lo que latía en el fondo si bien en la superficie se reflejaran las influencias del espectáculo, la batalla institucional contra el delito común o las ancestrales interpretaciones de ciertos acontecimientos históricos. De todos modos, el niño discriminaba y se ubicaba. El juego, así, era un ejercicio de aprendizajes y decisiones éticas.Los niños de mi historia real, la de hoy en nuestros barrios, juegan a lo que se escenifica ante sus ojos y a lo que viven con la fuerza de lo que marca para toda la vida. No juegan a buenos contra malos sino a malos contra malos, armas contra armas, violencia contra violencia, poder contra poder. No existe un campo del bien para su ejercicio de ubicación ética; sólo los múltiples campos del mal, a menos que entendamos por bien el más débil de los dos males enfrentados.Sociedades así han existido...

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