Ni laboriosos ni haraganes

Desabastecimiento, escasez, especulación... Llámese como se llame, el fenómeno es padecido a diario por los venezolanos. Después de la eufemística inseguridad inútil hoja de parra ante la orgía de homicidios y junto con su hermana mayor, la inflación, es uno de los más visibles efectos de la degradación de la vida real en Venezuela. Y de su galopante esquizofrenia: mientras el gobierno entona loas a la soberanía alimentaria y hace oídos sordos al soberano, el ciudadano de a pie vive pendiente de lo que este mes o semana no encontrará en los puestos de los mercados o los anaqueles de abastos y supermercados. Las consecuencias, para los segundos, son imaginables. Como sucedía en la URSS y sigue pasando en Cuba, la mayoría se ve obligada a dedicar un número de horas ilimitado a intentar comprar es decir, a pagar: como si esto fuera un privilegio objetos de lujo extravagante, como lavavajillas, azúcar o leche descremada. Y no menciono la harina PAN o el aceite de maíz Mazeite, inasibles objetos de deseo que ya escaseaban en 2011, para no delatar mi edad ante mis compatriotas venezolanos. Tan cultores de la inmediatez, que toda referencia anterior a un lapso de seis meses condena a su autor a la condición de extinta especie del Jurásico. Es que así somos los venezo lanos: alegremente desmemoriados. Tal vez sea esto lo único que nos distingue de las otras víctimas sacrificadas en el altar del Moloch socialista. Tam bién por eso, de paso, aquí no hay un Zinóviev que escriba un Homo Venezuelanus ni...

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