Una Lauren Bacall en el Elíseo

El tweet que Valérie Trierweiler envió el 12 de junio, a las 11:35 am, desde la redacción de la revista Pa ris Match alborotó la escena política francesa. Los 135 caracteres contenían un sentido y cariñoso apoyo al disidente socialista Olivier Falorni, que disputaba el escaño en la Asamblea Nacional a Ségolène Royal, la ex del Presidente, madre de sus cuatro hijos y candidata oficial del partido, que fue derrotada en las elecciones legislativas. La glamorosa periodista, de 47 años de edad, que comparte desde hace siete años la vida del actual presidente de Francia, François Hollande, se convirtió de repente en calabaza. En un segundo, la primera dama de Francia fue una ciudadana más y apareció ante el mundo primero el virtual y enseguida el real como una persona cualquiera: con cuenta en Twitter y con opiniones políticas propias y distintas de las del hombre con el que comparte su vida: el Presidente. Es decir, justo lo contrario de lo que se supone que debería hacer y ser una primera dama. Y lo cierto es que nadie po drá decir que no lo avisó. Hace mes y medio, Trierweiler afirmó en una entrevista a The Times que no pensaba ser un florero, quizá recordando que su antecesora, Carla Bruni, sólo publicó un disco durante el mandato de su marido, Nicolas Sarkozy. ¿Pero cómo ha llegado Trierweiler a convertirse en el talón del Presidente? Su historia personal es ca si tan fascinante como su aspecto de actriz clásica de Hollywood: hoy vemos una rubia veneciana natural, ojos verdes rasgados, gabardina y melena ondulada a lo Lauren Bacall, aficionada a los tacones de aguja, elegante y sobria, de caderas anchas pero sin ostentación. Y adivinamos una mujer tímida, inteligente, de carácter volcánico, sofisticada y quizá un poco maquiavélica. Como un ovni. Sus orígenes son completamente ordinarios, es decir, corrientes. Ella era la quinta hermana de seis. Nació en Angers en 1965, en una familia de poco dinero, aunque no modesta, como ha dicho. Una madre trabajadora azafata de congresos y cajera de una pista de patinaje y un padre inválido de guerra cuando era niño, una granada sin explotar con la que estaba jugando le arrancó una pierna que falleció cuando ella tenía 21 años de edad. El diploma de periodista, tras licenciarse en Historia, le llevó muy pronto a la Asamblea Nacional. Y allí causó sensación. Cuando llegaba a la sala de las cuatro columnas era como un ovni, lo iluminaba todo, cuenta una de sus colegas. Los políticos franceses, siempre tan...

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