La lengua política

Es evidente que el sistema de signos verbales que compone la lengua política del discurso venezolano acusa indicadores de una apestosa menesterosidad léxica; ¡faltaba más! Por supuesto que hay excepciones, honrosas, debo decirlo.Es obvio que el ser, en buena medida, es aquello que ha leído y si esta premisa es cierta tal co mo la creemos, desde luego, el lenguaje refleja de modo especular la cauda de libros que el dueño de las palabras expresa en el ágora real o virtual. ¿Quién osa dudar que somos lo que leemos? Pues nuestro vocabulario nos retrata de pie a cabeza, y proyecta en nuestros intercambios simbólicos cotidianos nuestras grandezas y, obviamente, nuestras abyecciones como seres humanos. Por la palabra nos conocen y por ella misma nos conocerán. Gracias a la pala bra escrita sabemos de la prodigiosa maravilla espiritual de nuestro insigne poeta y hombre de letras don Andrés Bello; su inmarcesible Gramática de la lengua castellana perdurará a través de los siglos como obra espiritual imperecedera, digna de emulación por generaciones de hispanohablantes. Obviamente, la pulquérrima lengua de nuestro escritor mayor no es paradigma digno de encomio para la mayoría de nuestra clase política venezolana. El patri monio lexicográfico de más de 80% de los políticos deja mucho que desear en lo atinente a la inveterada pulcritud socio-lingüística y semantológica que, por su intrínseca naturaleza de líderes del espíritu nacional, deberían ostentar.Muchas expresiones infelices y desafortunadas pronunciadas por prominentes figurones de la política vernácula dejan al desnudo el lamentable carácter...

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