El lento y rápido viaje de los abrigos

El almirante se murió hace poco más de dos semanas. Así era como todos conocíamos y llamábamos, en la Real Academia Española, a don Eliseo Álvarez-Arenas, almirante auténtico, con una larga carrera militar. Si digo la verdad, nunca he leído nada escrito por él. Tengo la vaga idea de que en esa institución siempre ha habido un miembro ilustrado de su profesión pero quizá me equivoque, necesario para la correcta definición de los innumerables y precisos términos marinos que contiene el español. El almirante estaba en la misma comisión que yo nos repartimos en cinco, y cada una va revisan do y poniendo al día la parte del diccionario que le corresponde, así que lo vi y lo traté bastantes jueves. De hecho, sin duda, todos los que yo he acudido a esas sesiones menos el último, ya que él nunca faltaba, a diferencia de mí. En esa última ocasión, antes del verano, don Arturo Pérez-Reverte, que ahora quedará como mayor experto náutico, se extrañó de su ausencia. Qué raro, dijo, debe de estar malo. No hablaba demasiado el almirante. Puntualizaba lo justo, no sólo en su terreno, y de vez en cuando hacía algún chiste tirando a malo, lo cual resultaba gracioso, valga la contradicción. Siempre iba pulquérrimo y carraspeaba. Su mirada era benévola y algo irónica. Lo echaremos de menos, estoy seguro, y, cuando regrese yo la próxima vez, mi gabardina o mi abrigo habrán avanza do un paso más. Desde que hace tres años to mé posesión de mi plaza ese es el término que se emplea allí, me he dado cuenta de que la Academia tiene, para sus miembros, algo de inquietante y algo de tranquilizador, además de otros elementos buenos y malos, claro está. Es tradición que la mayoría de sus integrantes sean longevos. Octogenarios hay diez, y el propio almirante se acercaba a los ochenta y ocho, muy bien llevados. Este es el factor tranquilizador. En la Academia, sin embargo, hay un perchero corrido, por así decir. En la parte superior del perchero hay un gancho, y sobre él una etiqueta enmarcada con el nombre de cada miembro, de modo que todos sabemos dónde debemos colgar nuestro abrigo, gabardina o paraguas. En la parte infe rior una mesa o casi pupitre, también corridos, se nos deja el correo que allí nos llega, en un montoncito. Así que no hay posible pérdida ni confusión. Cada nuevo académico ve su etiqueta agregada, en el...

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