Leopoldo López, tres años en prisión

La penúltima conversación que tuve con Leopoldo López ocurrió en noviembre de 2013.Un fin de tarde nos sentamos en el espacio de su casa donde solía trabajar. Pilas y pilas de libros se levantaban desde el piso, y escalaban por las paredes.Textos de economía y filosofía, mezclados con ensayos sobre la historia política de Venezuela.Los tomos de las obras completas de Rómulo Betancourt conviviendo con estudios sobre las perspectivas del mercado petrolero mundial.Cuando se apeó, había recorri do más de 500 kilómetros para volver a su casa. Había estado cuatro días visitando pequeños poblados en la región suroeste venezolana. Regresaba del país remoto y olvidado. Tuve la suerte de escucharle en más de una ocasión, después de esas recurrentes inmersiones suyas por la geografía profunda cuando Leopoldo hablaba de realidades casi impensables, de personas cuyas vidas lo habían resistido todo, de familias pobrísimas que le invitaban a compartir un modesto plato de comida.Mientras hacía esos recorridos, funcionarios del régimen, le seguían. Un tema se había vuelto recurrente en nuestras conversaciones: el de potencia e impotencia de la acción personal y política ante el régimen totalitario. Si un verbo me permite describir la modalidad predominante en su pensamiento, es el de avanzar. Leopoldo se interrogaba siempre sobre la ruta inmediata, pero también las que vendrían a continuación.No solo sabía que Venezuela entraría en estado de penuria creciente, también que la persecución en su contra y en contra de su partido, arreciarían. Y es por ese motivo, por una silenciosa visión que llevaba dentro de sí, que la punzante cuestión del sacrificio personal reaparecía en nuestras conversaciones.Tres o cuatro días antes se ha bía publicado una noticia referida a la reactivación de diligencias relacionadas con una de las numerosas acusaciones que pendían sobre su libertad.El cerco se estrechaba. En más de una oportunidad se firmaron boletas de detención, que en el último instante fueron suspendidas. Leopoldo sabía que el objetivo era o empujarle al exilio o encerrarlo. Le pregunté, entonces, qué haría. Me...

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