El libro azul

Cuando leí la noticia, conminando a todos los venezolanos entre 18 años y 60 años de edad a inscribirse en el servicio militar, lo primero que pensé fue en el grupo de los viernes. En algunas ocasiones, en ese último día laboral de la semana, nos juntamos Héctor Manrique, Ibsen Martínez y yo, en plan de ponernos al día y de practicar el venezolanísimo oficio de hablar pajita. Nos vi de pronto a los tres, en la mesa de cualquier taguara, con sendas cervezas en frente. Nos vi como unos tipos descreídos y sedentarios, que gravitan alrededor de los 50 años, con unos kilos de más y una fe de menos; como unos tipos que sólo ven un gimnasio por la televisión y que siempre están dispuestos a hablar mal del Gobierno, de cualquier gobierno... ¿Qué podría hacer una gente como nosotros en la heroica Fuerza Armada Nacional Bolivariana? En las viejas películas, y tam bién en algunas antiguas novelas, se estilaba que, al entrar al ejército, los cobardes y los inútiles tenían más o menos el mismo destino: el telégrafo.

Invariablemente, cuando un miedoso o un escritor se calzaba un uniforme y era obligado a participar en una guerra, siempre terminaba en una oscura oficinita, lejos de las bombas, dándole con el dedito a un aparato que, por lo general, nunca funcionaba del todo bien. Era la versión más amanerada del combate. Mientras en las trincheras, los soldados de verdad se jugaban la vida, en la oficina del telégrafo se libraba una dudosa batalla contra la interferencia.

La urgencia de la defensa de la patria tampoco es algo que me despierte demasiadas simpatías. Entre otras cosas porque ya hemos vivido esa urgencia de decretarle la guerra a Colombia e, inmediatamente después, también urgentemente, decretarle la paz. Me parece mucho más valiente y patriótico tratar de enfrentar la tragedia carcelaria del país, por ejemplo. El Gobierno sigue sin entender que su quinta columna es la realidad.

El problema no sólo tiene que ver con lo que pienso sobre los ejércitos y las armas, con lo distante que me siento de la dinámica castrense. Incluso más allá de eso, es imposible no detenerse a pensar en la particular situación que vive el país con respecto a sus propias instituciones. Este gobierno se ha empeñado en sesgar cualquier espacio público, en robarle su identidad colectiva y plural, para imponerle una única dirección. El chavismo es una máquina de etiquetar la diversidad. Todo ahora debe ser socialista. Desde Pdvsa hasta el Tribunal Supremo de...

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