Libros: George Perec

La primera y breve sección se titula La rue Vilin. Aquí Perec utiliza el recurso del diario. En tres o cuatro entradas narra el recorrido por la calle en cuestión: nada menos que la calle donde Perec niño vivía, hasta que la muerte alcanzó a sus padres el padre murió combatiendo para el Ejército de Francia en 1940, mientras su madre fue asesinada en Auschwitz en 1943. Lo que se reporta, en una lengua meramente descriptiva como si fue se el informe de una oficina de catastro, es la decrepitud de la rue Vilin. Su secreto derrumbe. La austeridad, la paciencia patógena del narrador producen un efecto: en pocas páginas el lector siente el agobio del lugar abandonado, la extrañeza ante la sucesión de viviendas tapiadas. Quiere salir de allí. Se sale, como quien deja atrás un callejón tenebroso a una avenida concurrida y luminosa. Se inicia la segunda sección del libro, titulada Doscientos cuarenta y tres postales de colores auténticos. La secuencia es de breves textos, dos o tres líneas que viajeros le envían a sus parientes desde distintos lugares. Gente que sonríe, sumida en la irrealidad del viaje. Gente que repite lugares comunes, que habla siempre del bronceado y del pe so corporal. Gente que escribe lo mínimo, como si sólo lo tópico pudiese dar cuenta de la experiencia de tomar unas vacaciones e ir de viaje. Si el primer capítulo funciona como un reporte de catastro, el segundo parece un documento que exalta la sociedad del bienestar...

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