Maduro no tiene abuela

I Son las 5:00 de la mañana.En esa parte del sureste de la ciudad, la más alta, sopla un viento muy frío en esta época del año. Ha sido un febrero invernal, muy parecido al clima que la enamoró de Los Teques cuando se mudó allí con su esposo, el doctor, y sus cuatro niños.--Mamá, despiértate, son las 5:00, ya llegó el agua y tienes que bañarte le dice la hija.--¡Ay, tengo mucho frío! ¡No quiero! ¡Déjame! --Mamá, vamos, que quitan el agua a las 6:00 y tengo que cocinar el almuerzo, anda, el agua está calientica.--Bueno, pero después me embojotas con las cobijas porque tengo mucho frío y todavía está oscuro dice sin recordar ya que siempre fue madrugadora.La abuelita tiene que bañar se a esa hora, igual que todos los demás en la casa. La hija la ayuda, luego la seca bien, la envuelve en las cobijas y se acuesta de nuevo a esperar el café que le saque el frío de los huesos.Son huesos de un cuerpo cansado de más de 80 años de edad, que necesitan al rededor de 12 medicamentos diferentes para seguir la lucha.II Lejos quedaron los años mozos, como diría ella, de una Margarita llena de sol en la que madrugaba y se bañaba con agua de pozo fresquita.También están lejos los baños en aquella bañera de su casona en Los Teques donde crió a sus muchachos y ayudó a su esposo, el doctor, a hacer el bien, a curar muchachitos mirandinos.La abuelita ahora lidia con una realidad que no entiende. No me gusta ese desodorante, mija, cómprame otro.No es que no sepa, es que para ella es difícil de procesar el hecho de que ya en su país nada se produce y se consume lo que el gobierno quiere que consumamos.Tampoco entiende por qué la taza de café cada vez es más chiquita. No entiende por qué la arepa es...

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