Maduro en el púlpito

Con la notable excep-ción de Uruguay y, en menor medida, de México, en los países latinoamericanos no hemos logrado asimilar eso del Estado laico, respetuoso de la libertad de conciencia de sus ciudadanos. En la discusión sobre asuntos de interés público, por mera ignorancia o por un deliberado cálculo electoral, políticos de izquierda y derecha sistemáticamente invocan el nombre de Dios. No cabe duda de que, en sociedades mayoritariamente creyentes como la nuestra, eso da muchos votos.Pero, en su última comparecencia ante la Asamblea Nacional, Nicolás Maduro traspasó todos los límites de un discurso serio y responsable.Nunca antes un gobernante había sustituido su falta de ideas por la afirmación de que, ante el descalabro económico en que nos encontramos, no hay que preocuparse. ¡Dios proveerá!.Como ciudadanos, cada uno de nosotros tiene el derecho de creer o de no creer en la existencia de un ser superior.El cura, el rabino o el ayatolá podrán ilustrarnos sobre sus creencias. Pero, en política, no esperamos la intervención divina para resolver los problemas nacionales. La política está basada en un debate racional, centrado en ideas y argumentos que nos permitan adoptar las medidas más adecuadas para alcanzar el bien común. Por consiguiente, de nuestros políticos esperamos oír ideas y proyectos que con tribuyan al bienestar general; que puedan generar más y mejores empleos, que mejoren la calidad de nuestra educación, que nos garanticen seguridad.La política requiere de acción; no de creer en pajaritos.Independientemente de sus creencias, de los políticos esperamos la preparación y el conocimiento necesario para lidiar con los asuntos públicos. Quien no tenga esa preparación y se sienta incapaz de darles una respuesta razonable, que se vaya a su casa y que permita que sean otros los que se ocupen de los asuntos del Estado. A quien hay que lla mar es a Antonio, a Leopoldo o incluso a María, en cuanto ellos tienen conocimiento, experiencia, y saben lo que hay que hacer; pero no a una figura providencial. Nosotros no hemos elegido a un predicador sino a...

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