El mal de Quijano

Comprar libros viejos es una de las compulsiones más felices y atroces que pueda haber: la única, quizás, que se alimenta de sí misma con voracidad e ironía, pues casi siempre las librerías que la estimulan están pobladas por libros que algún día fueron comprados y acariciados y codiciados, en sitios así, por los dueños ya extintos de esas joyas que vuelven a encontrar su cauce en esas nuevas manos que ya desaparecerán también.Nadie compra los libros para leerlos, y mucho menos un libro antiguo. Quien lo hace compra más bien una promesa y un azar; una tabla de salvación o un refugio o un escombro, la posibilidad siempre latente la tentación de que el milagro ocurra y un día uno tenga el tiempo, o las ganas, o la suerte de abrir por fin esas páginas y descubrir lo que hay en ellas: darles vida, y viceversa. Ojalá.Pero la compulsión bibliopá tica no tiene nada que ver con el acto y la dicha de leer, que es otra cosa, aunque a veces coincidan, sino con la necesidad abrasadora y feroz de poseer.Además, el bibliópata se está inventando, cada día, con cada nueva incursión suya por ese infierno y ese paraíso de los anticuarios, motivos y razones muy nobles para justificar su delirio.La...

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