Mamarrachos y telebufones

Acada rato se dice, y es la mera verdad, que el autócrata, lunático, delirante de hablar inmo derado nos tiene locos... y tan locos nos tiene que algunos hemos terminado dando, sin querer queriendo, la razón al trágico Esquilo: Sólo la muerte nos puede curar de males que ya no tienen remedio. Verdad incuestionable, salvo que logremos demostrar que nuestros males sí lo tienen. Lo curioso es que el hombre ob jeto de tan macabra conclusión era tan amigo de la muerte que no cesaba de invocarla, especialmente en actos públicos, con más anillos de seguridad que Saturno. ¡Aquí estoy yo, aquí está mi pecho!, gritaba, mientras se golpeaba los pectorales como Tarzán, sin descubrirlos para que no se le viera el chaleco antibalas. Brincaba y giraba como si le es tuvieran tocando la Danza macabra de Camille Saint-Saëns, arreglo de Dámaso Pérez Prado en algún lugar debe conservarse una copia de esa versión, y no llegó a retar a la parca, la pelona, y a cantar como Fernando Fernández en La muerte enamorada: Yo sé que voy a morir / y a mí la muerte y el diablo / pos no más me hacen reír, simple y llanamente porque no se sabía la letra. ¡Déjenme quieto con mi cánc er... no tenemos necesidad de enfermedad o de dar lástima!, dijo antes de volver, volver, volver, al lado de los cubanos otra vez, no sin antes llenarnos...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR