Sí, Manifiesto: la melancolía del gesto

Y a han pasado más de treinta años de su aparición en Zona franca y una breve ¿malicio sa? revisitación hace pensar en las inevitables conexiones entre literatura, historia y política. Tramado con un ritmo por momentos envolvente, el manifi esto de Tráfi co propone de entrada una poesía de la higiene solar. ¡Ay, Magos! Esta huida de la noche trae consigo una mutación que tiene al menos dos importantísimos precedentes: desde que Baudelaire sentenció que al poeta se le cayó la aureola y a Pound lo enjaularon, nada fue igual. Ni Chamán, ni Vate, ni Torre de Marfi l, no queda otro remedio sino meterse ¡con el mazo dando! en la histeria de la historia.Y solo queda de esa majestuosa presencia una lacónica pantomima: ofi cinista, taquígrafo, chivo expiatorio, bufón, mendigo, perro. Y escriben, claro, no en plumilla sino con las manos sucias. Lejos de cualquier narcisismo verbalista, vienen a decir los otrora trafi cantes de Sabana Grande, con los sentidos puestos sobre la calle, hay que buscar una poesía capaz de explorar registros coloquiales y el universo diurno de la vida de los hombres. Bajo este horizonte, ¿qué nombrar? Vuelvo al Manifiesto: la sentimentalidad que exhibimos frente al mundo nosotros, los bastardos latinoamericanos, los salvajes periféricos de Occidente.Tentador programa: Noso tros, alegres y desahuciados, salvajes y periféricos, inmersos en la fértil miseria de un sistema político decadente, no sabemos de dónde venimos, ni mucho menos hacia dónde vamos. Por eso necesitamos ayer, hoy, siempre levantar el pico y la pala, remover el frágil piso que intenta sostenernos y alzar la voz en una revolución o una mueca hacia las formas de poder ya solidifi cadas. Y así: el poema del bolero, el poema de la salsa, el poema del semáforo, el poema del psiquiatra, el poema del poema, el poema del bar, el poema del bohemio, el poema del taxista, el poema de la conversación en el mercado, el poema de la arenga en la asamblea, el poema del malandro, el poema del médico, el poema del buhonero y el poema del sádico. Hasta aquí mi parodia y de ahora en adelante me pongo más serio. Diré con mi mejor aire profesoral: leído como una crítica de la cultura, vale. Es un síntoma, seguro. Nombra más de un malestar. Incluso, sin exagerar mucho, casi lo pre sagia. Pero ¡ay! la poesía suele escaparse por vericuetos inciertos. A lo que voy: agarro un marcador y empiezo a trazar un esquema en el pizarrón que viene a decir más o menos esto. Repeat after me...

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