La araña y la mano del tintorero

Digresión I Los editores han adoptado este vicio que nos ha traído la globalizada Red una imagen, la de la red, tan justa que es posible ver en su centro el bicho que la teje: todo exponerlo y ponerlo todo en circulación. Todo quiere decir: cualquier cosa e indistintamente. El órgano vital y el pellejo desechable. El grano y la paja, el metal puro y la escoria. La obra acabada y el borrador. El resultado de días o meses o años de trabajo, y el apunte que no quiso ser otra cosa. Habrá que resignarse: la posteridad de un escritor dejará de estar basada sobre todo en lo que publicó en vida, y en cambio lo estará cada vez más también en lo que nunca quiso dar a conocer. Debe de ser una faceta más del dominante relativismo. Se impone acabar con las jerarquías; en este caso, con la petulante manía de distinguir entre el pasajero apunte en una libreta, y la novela, el poema o las memorias escritos con el lector --y el editor que, se supone, habrá de pagar por publicarlos-en mente. A ver si de una vez, confundiendo retazo y obra, nos deshacemos de la fastidiosa idea de que hay ideas mejores que otras. Como casi siempre, en el ori gen no fue así. El origen, en los años ochenta del pasado siglo, fue la mutación de una añeja disciplina filológica --el correcto establecimiento de los textos-en la llamada genética textual. Había interés, en el mundo académico, en disponer de herramientas que dieran cuenta de obras canónicas de la modernidad literaria con la mayor exactitud, mediante la exhibición razonada del corpus íntegro de sus ante-textos. Y así como franceses --de Foucault a Derrida, de Bourdieu a Lyotard-habían sido en los sesenta y setenta los gurús de la arbitrariedad hermenéutica, también fueron franceses los pioneros de esta remozada versión del horror vacui barroco, con los papelotes de Proust o las cartas a Louise Colet fungiendo de putti de relleno. Eso sí, a los Pierre-Marc de Biasi y JeanYves Tadié les debemos al menos una completísima, casi asfixiante comprensión de obras como La educación sentimen tal y la gran novela de Proust. De aquel origen, a esta ca ricatura de hoy. Ahora no son clásicos, es decir obras que alcanzan esta condición tras templarse en la fría mirada de generaciones de lectores, críticos e imitadores, sino la producción --aún humeante, en algunos casos a medio cocer-de cualquier reciente difunto, lo que se ve sometido al pasapurés editorial. Digresión II Hace unos años escribí 1 lo que pensaba de la elevación de Djuna...

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