A Manuel, que le debemos tanto

Contemplar desde lejos la despedida a Manuel Caballero me ha hecho recordar que perte nezco a una generación que comenzó a nutrirse de su escritura desde mucho antes de encontrarse cara a cara con sus libros, clases y conferencias. Por una importante razón. Porque Caballero fue un inagotable oficiante del periodismo de opinión que ejerció no sólo en sus más conocidas etapas de columnista de El Nacional y El Universal sino en decenas de otras publicaciones. Una que otra dirigida por él mismo, como Punto en domingo, la edición semanal del diario Punto, publicado cuando el MAS, hablo de la segunda mitad de la década de los setenta, era un movimiento político cargado de esperanzas. Gracias a ese oficio, los es tudiantes de secundaria de esos tiempos, por lo menos los que teníamos inquietudes políticas e intelectuales y vivíamos lejos de Caracas, le fuimos conociendo. Caballero, nadie se cansará de repetirlo, no sólo es uno de los más apreciados, respetados y, sobre todo, leídos autores de libros de historia que haya tenido la Venezuela contemporánea. Fue también, y sobre todo, alguien que entendió desde muy temprano que para incidir en la opinión pública, tenía que estar allí, en el fragor de las páginas del periodismo. Por eso, con disciplina extrema, mientras escribía libros, redactaba sus trabajos de ascenso o su tesis doctoral en la Universidad de Cambridge, preparaba discursos, ejercía de jurado, asistía a reuniones del Partido Comunista, del MAS, de alguno de los muchos grupos de discusión que en medio de la pesadilla del presente se multiplican en el país, o disfrutaba de la tertulia serena con sus amigos, reservaba siempre el tiempo para escribir artículos de opinión. Un género que no siempre ha sido fácil de ejercer para quienes han sido entrenados en los rigores metodológicos de la vida académica y, en cambio, fue para Caballero una de sus mejores formas de expresión. Pero no hablo de la prepa ración de sopitas ligeras para consumo masivo. Porque ni siquiera cuando utilizaba los recursos de la ironía o...

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