Memoria de dos mundos

Hay autores que describen remotas y espléndidas geografías habitadas por seres imaginarios, física y emocionalmente distintos al común de los mortales, que, bondadosos o crueles, solidarios o indiferentes, terminan siendo humanos, demasiado humanos. Uno de esos fabuladores, James Graham Ballard, escritor de novelas cinematografiadas, entre otros brillantes realizadores, por Steven Spielberg El imperio del sol, 1987 y David Cronemberg Crash, 1996, afirmó, con los pies muy bien puestos en tierra, que «Homero, Shakespeare y Milton inventaron otros mundos para hablar del nuestro». Hay quienes, sin el astro de estos notables bardos, por temor a la cruda y dura cotidianeidad, se enclaustran en un una realidad alternativa alter-realidad ajustada a sus intereses y limitaciones.En esta columna hemos se ñalado la dificultad de permanecer ajenos a la alter-realidad con que Maduro insulta nuestra inteligencia a objeto de proclamar con redundante empeño que moramos en un paraíso, y la mezquindad nos impide advertir los benéficos efectos de la revolución sobre lo que, antes de la bárbara invasión roja, eran nuestras infelices existencias; somos, pues, una partida de mal agradecidos incapaces de digerir ese tan nutritivo alimento que es la patria, cuyos aparatos digestivos, condicionados por las viciosas costumbres de una burguesía golosa y decadente, requieren ser reeducados con base a la munífica dieta bolivariana; reeducación extensiva a seseras obsesionadas con las tentadoras ofertas del demonio capitalista. Asimismo, más de una vez, echamos manos de un símil sublimado por Bre ton y el surrealismo del Conde de Lautréamont, «bello, como el encuentro fortuito de un paraguas y una máquina de coser sobre una mesa de disección», a propósito del grado de excelsitud que pueden alcanzar las cosas más sencillas, sin que medie la estúpida creencia de que cuando lo extraordinario se hace cotidiano ha llegado la revolución; hoy, la proximidad de dos fechas 23 y 24 de enero que nos recuerdan acontecimientos yuxtapuestos, uno admirable y otro infame, inscritos ambos en los anales republicanos, y la convergencia casual de una caricatura y una frase de un escritor de novelas inolvidables dado a la gastronomía, constatamos que ya no causa estupor, sino indignación, el dogmático absolutismo de una camarilla que, incapaz de gobernar por las buenas, fundamenta su mandato en el terror y la intimidación, buscando alinear en interminables colas y alienar al ciudadano con...

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