Mentiras sin alma

Sin importar cuál sea el modo que utilizó para llegar a la Presidencia, mediante elecciones o la vía rápida del cuartelazo, la tendencia generalizada de la ciudadanía, también del pueblo, es creerle, y no desconfiar de las palabras, no ponerlas en duda, de quien aparece rodeado de toda la parafernalia que implica el ejercicio del poder, la majestad de la jefatura del Estado.No importa si viste guayabera, chamarra norcoreana, chomba boliviana o si se anuda al cuello el pañuelo de los palestinos, la kufiyya, está investido de los poderes que le otorga la Constitución, y lo lógico es creer que procederá con el mayor rigor y honestidad que les permitan sus aptitudes y capacidades. El beneficio de la duda.Obviamente, el principal capi tal de un mandatario no es tanto su popularidad sino su credibilidad, que propios y extraños confíen en su palabra, porque ahí se fundamenta su verdadero poder, que no solo consiste en ordenar y ser obedecido, sino fundamentalmente en convencer a través de argumentos e ideas. Acostumbrados a los modos cuarteleros de la obediencia no deliberante, al insulto procaz y a la degradación de todo el que ponga en duda la bondad de sus acciones, descuidan que por su alta exposición pública, hasta 81 minutos diarios por la red de radio y televisión, están bajo el escrutinio de amigos y enemigos.Aunque limiten el flujo de la crí tica, hasta los aliados se dan cuenta de que ayer dijo una cosa y que hoy repitió todo lo contrario, que se le salen las mentiras y se le descubren...

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