A la mesa con el memorioso

Cuando inesperadamente Simón Alberto Consalvi se fue, tres lágrimas cayeron sobre el man tel. Una era de la cultura, la otra de la educación y la tercera más densa y pesada provenía de la sabiduría.Desde esas tres virtudes la so ciedad lloraba así, en silencio, sin estruendo, como era su estilo, el espacio que dejaba en la mesa de los venezolanos.I A un mes del episodio que aún nos resulta difícil de admitir, la primera sensación es que nos hemos quedado sin memoria y referencia. Consalvi pertenecía al grupo de los fantásticos historiadores contemporáneos que el país tiene, y que, sentados a la mesa, la iluminan.Era un memorioso. Su silla ha quedado vacía, pero ahora allí se va a sentar no el recuerdo sino la memoria del país que fuimos, el que ahora somos y, gracias a la percepción de eso, la noción de lo que podemos, queremos y debemos ser.II Cuando la inteligencia y las buenas maneras van a una cena, siempre asoma Epicuro. Al fin de cuentas, en el fast-life de la sociedad contemporánea se le re cuerda hoy más por el placer que por todo lo que enseñó sobre la prudencia.Frente a la noción de vida rápi da y placer instantáneo, Consalvi navegaba en forma infatigable contra la corriente. No lo hacía solo. En la tertulia que se servía antes y después de una comida, llevaba consigo a Epicuro.Una noche trajo también a Spi noza. Ante la sospecha de espejitos de...

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