Miedo versus esperanza

Sustraigo esta frase de una reciente intervención de Luis Christiansen en el foro Perspectivas Sociales organizado por Venamcham para resumir el estado del elec torado frente a los comicios de octubre. Por un lado, un cierto país que vota con miedo, que cree que lo vigilan, que a pesar de llevar un deseo por dentro tuerce su voluntad delante de la urna. Por el otro, un país que añora un cambio, que necesita sintonizar su energía con otro liderazgo, , con otra concepción de futuro. El voto temeroso tiende a la inmovilidad; el voto esperanzado al cambio. El voto temeroso cree que algo de lo que ha obtenido puede desaparecer; el voto esperanzado piensa que los que poco han recibido pueden recibir mucho más. Son dos estados de ánimo que nuevamente polarizan al país. Hay un discurso electoral que siembra el miedo, que dice: Perderás lo que has obtenido si votas en contra. Y hay otro discurso electoral que no habla de pérdidas, sino de ganancia para todos. Adelantar cuál fuerza se impondrá al final es un juego temerario, pero todo dependerá de la suma de las soberanías individuales. Nunca antes el país había vivido una decisión tan trascendente que lo sumerge en la inmoralidad o lo reforma como Estado. Es un momento de refundación, o no lo es, con consecuencias irrecuperables. Una fuerza recesiva se enfrenta a otra progresiva, como un choque de titanes. Pero en toda decisión electoral, en la que las emociones tienen un papel determinante, la esperanza es el gran factor de movilización, porque al fin y al cabo definimos el futuro. Se diría entonces que el gran dilema radica en determinar qué capacidad de generación de esperanza tiene la sociedad venezolana de hoy: qué la mueve, qué la hace soñar, qué la ilusiona. Y en ese tránsito de opciones es inevitable determinar si el futuro es sinónimo de atajos o largos senderos, de producción o de rentismo, de...

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