Ministerio rojito

Se leía ayer en un reportaje de este diario que el Consejo Nacional Electoral había cumplido diez años como nuevo poder público, pero sin que la sociedad le dé todavía el respaldo que debería tener como institución de la democracia venezolana. Como garante de la voluntad del pueblo, el CNE debería ser como la esposa del César, no sólo ser honesta sino parecerlo. Pues bien, ni lo uno ni lo otro.

El Consejo Nacional Electoral es aceptado hoy por el ciudadano de a pie (los burócratas chavistas se desplazan en lujosas camionetotas) con el pañuelo en la nariz para disimular lo que realmente percibe al interior de ese organismo.

Gracias a Dios, el personal de técnicos, trabajadores y empleados independientes hacen un esfuerzo mayúsculo para que los procesos electorales se produzcan dentro de las mínimas condiciones de confianza que exige la sociedad.

No ocurre así con esa boligarquía femenina que el Gobierno ha nombrado para que lo represente en el CNE y que es la causa de todos los males que les caen encima a los votantes. Por alguna extraña razón, desde Miraflores (quizás inspirados por Harry Potter) han nombrado a unas señoras que, al parecer, de

que vuelan, vuelan y hacen paseos rasantes por los techos de la Presidencia.

Vale la pena recordar el hecho sistemático de demorar la información oficial de los escrutinios cuando la propia presidenta del CNE había jurado que estarían a la disposición de la opinión pública en pocas horas. Según dicen, los resultados van primero a una instancia donde le dan la bendición, y luego los humildes venezolanos del montón tienen acceso a la versión edulcorada de lo ocurrido.

Basta con...

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