La momia del rey Tut

Si el ajuar completo del rey Tut pudo ser compactado en una recámara subterránea hace 3.000 años podremos también hilar varias ideas complejas en 3.000 caracteres: el concepto del contrapunto de Bach, la substancia musical transcribible, la transexualidad, la idea y la máquina de producir sonidos. Descartados por muchos como un chiste tecnológico vetusto, los laboriosos montajes de Bach que Wendy antes Walter Carlos hizo a finales de los años sesenta permitieron el ingreso de su gloriosa música a la galaxia mediática mcluhaniana, tan alérgica al órgano de iglesia y a la trompeta de las cantatas como lo podían ser los peludos trajeados unisex de 1968 a la prédica de un pastor luterano. Fueron muchos los que descubrieron el concepto de polifonía escuchando el Moog de Carlos, pionera del género y del transgénero, sonar las sucesivas entradas del tema en las fugas. La vida interna de la polifonía, enturbiada por la homogeneidad de los teclados acústicos y las imprecisiones humanas, adquiría un disfraz de sonidos artificiales que un oído acostumbrado a la irisación electrónica degustaba con fruición. La pulsación implacable del metrónomo, indispensable para grabar pistas superpuestas con el sintetizador monofónico, le brindaba a Bach una motricidad insólita que sin duda influenció la actual interpretación del barroco. Una invención a dos voces podía competir con el rock y superarlo en vatios emocionales. Paradójicamente, el nuevo revestimiento de Bach desnudaba sus ideas. Pero la transexualidad proclamada de Wendy Carlos, el Caballero D?Éon de los tiempos modernos, confirmaba, para las mentes más retrógradas y puristas, lo aberrante del experimento musical. La transposición musical, o sexual, plantea la pregunta del engaño y de la...

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