Montaigne: una economía de la gloria

M uy largo sería recapitular aquí en toda su emblemática irradiación, el caso de María Estuardo, reina de Escocia y más tarde de Francia, mujer hermosa, de saltarina inteligencia, que fascinaba a quienes la rodeaban, decapitada en 1587. Buena parte de su vida lo fue de esfuerzos por evitar las trampas y conspiraciones que eran el signo de los poderes reales de Europa. Ella, alto símbolo de aquella lógica de matrimonios pactados por el poder político, religioso y militar, moriría finalmente en la guillotina a los 45 años de edad, por orden de su prima, Isabel I de Inglaterra. Michel de Montaigne re cuerda este episodio 1 para insistir en el carácter volátil de la fortuna: quien la tiene hoy, del origen que sea, la puede perder en un instante. Es menester que haya transcurrido el último día de la existencia para obtener una conclusión duradera. El destino acecha a los hombres hasta el trecho final. Todavía más: de los varios ejemplos a los que recurre, puede extraerse todavía una posibilidad más: que sea inherente a la buena fortuna la amenaza de súbito estallido, de acabose fulminante. La muerte sería nuestra prueba verdadera. Ella puede ungir de gloria una vida o condenarla a la ignominia o al olvido. En otro ensayo, 2el pensador francés sugiere que a menudo la fortuna decide mejor que cada uno de nosotros. De la lista de aspiraciones comunes a los hombres --vida larga y en paz; riquezas abundantes; poder influir en el rumbo de la nación-ninguna tiene la fuerza con que se desea la reputación y la gloria. Incluso los filósofos, capaces de quitarse de encima otros sentimientos insensatos, a menudo luchan en vano contra ese deseo. Montaigne se pregunta 3 si alguien habrá podido librarse de inclinación tan íntima en la traducción de Dolores Picazo y Almudena Montojo, de la Editorial Cátedra, se habla de inclinación tan intestina. De hecho, no se le escapa el efecto paradoja que consiste en hacerse de gloria a consecuencia de rechazar la gloria. Que Montaigne 1533-1592 entendía la gloria como una compleja economía, como una red de intercambios, queda patente en algunos de los ejemplos que trae a cuento: el del Rey Eduardo III, que se niega durante la batalla de Crécy 1346 a prestar apoyo militar a su hijo, para no arrebatarle los beneficios simbólicos del triunfo. O la historia de Catulo Lutacio, primo del padre de Julio César que, al ver que sus soldados huían ante sus enemigos, escogió ponerse al frente, para que pudieran decir que se habían...

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