Monterroso definitivo

Si la permanencia existe en literatura, ella tiene que llamarse con el nombre de Augusto Monterroso. Sabedor como el mejor Quevedo un autor al que idolatraba que el tiempo convierte en cadáveres lo que otrora fueran firmes murallas una advertencia a toda estirpe de imperios, dictadores y autócratas, hará exploración exhaustiva de aquello que está signado por la permanencia una forma de entender la inmortalidad de la literatura. Con los conceptos de longevidad y brevedad gestará verdaderos cognados de creación estética y de presentación filosófica. Fugacidad y solidez insinuarán los polos de su vida de narrador y de su personal seña contadora. Sabiendo que todo lo sólido se desvanece en la tierra, de donde ha partido y a donde tendrá fatalmente que reintegrarse esa inclemente llamada del polvo al polvo, escribirá sobre el desvanecimiento de la realidad y sobre la perpetuidad de la imaginación. Nace con él una literatura que no es nueva porque lo quiera ser, sino porque es simplemente única en su personal modo de entender la ficción. Su novedad existe en su vejez. Un elogio de la unicidad de la literatura, ese arte en donde no tiene que decirse nada nuevo si se posee la forma de decirlo de manera diferente. Palabras y cosas como un eterno dilema. En el origen está El dinosaurio, su más acabada pieza narrativa y su mejor credo literario que extiende el principio de confluencia entre el narrar y el teorizar la narración. Humor e ironía de la literatura, faces y facetas para auspiciar en clave versicular la rotunda captación de lo que es la historia, la política, el pensamiento, la vida: un estar siempre allí. El Guiness baladí hace olvidar la enormidad de su...

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