Movimiento-mujer

El lugar común indica que la danza es una mujer. No se trata sólo de un valor social generalizado, sino también de una concepción masculina enraizada en el mundo de la danza escénica. George Balanchine y muchos otros coreógrafos hicieron suya esta frase inicial, que con el tiempo perdió verdadero sentido. El Día Internacional de la Mujer, que se celebra el viernes, sirve de excusa para abordar cualquier ámbito de lo femenino, incluso el de la danza artística. En los inicios de la danza profesional, durante el siglo XVIII, el poder decisorio estaba en manos de los hombres. Los maestros de baile se constituían en una verdadera autoridad y algunos celebrados bailarines ostentaban el pomposo título de dioses de la danza. La mujer bailarina en ese tiempo era discreta y sojuzgada por la dominante presencia masculina. Su anhelada revancha vino con el establecimiento del ballet romántico, expresión y estilo que giraron sobre la imagen elaborada de una bailarina frágil y espectral. El hombre resultó confinado a ser sólo su opaco, aunque solícito, acompañante en el escenario. La imperecedera imagen de la bailarina romántica, ingrávida e inasible marcaría definitivamente la iconografía de la mujer en la danza, transfigurada luego en virtuosa bailarina clásica o en aguerrida bailarina contemporánea. La abstracción en el movimiento resultó más que una tendencia y logró la definitiva consideración de la danza como un lenguaje autónomo y no subsidiario de ninguna otra expresión artística. Así, la noción de géneros perfectamente diferenciados se fue desdibujando y los bailarines llegaron a adquirir la condición de volúmenes plásticos unificados, dentro de las visiones de Merce Cunningham o Alwin Nikolais. El escritor mexicano Alberto Dallal, de dilatada...

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