Muamar Gadafi

El largo conflicto de Libia desembocó ayer en la muerte del coronel Muamar Gadafi. Meses de enfrentamientos sangrientos, con intervención de países extranjeros, un número extremadamente alto de víctimas, innumerables pérdidas materiales, y traumas que pocos pueblos han padecido terminaron en el episodio que los observadores habían previsto como fatal. Es difícil que procesos dictatoriales como el que protagonizó Gadafi durante 43 años tengan desenlaces normales, o transiciones pacíficas. La primavera árabe fue como un campanazo que comenzó por el reclamo popular contra los regímenes autocráticos eternizados en poder. El despertar de los pueblos que reclaman derechos humanos y mejores condiciones de vida, de participación ciudadana, de más justa y equitativa distribución del ingreso, ha debido ser comprendido, y ha debido tener respuestas abiertas, positivas y democráticas. No obstante, la arrogancia del poder y la pasión de dominar las sociedades prevaleció sobre la sensatez política. Ante tanta intransigencia e intolerancia, ante reacciones violentas y ante la utilización de ejércitos para reprimir a los pueblos, los diques terminaron rompiéndose. En Libia vino paralelamente la intervención extranjera, algo que no ha debido suceder y que sólo explica la guerra desatada por el coronel Gadafi. Desde el extranjero se alentó a Gadafi para que no cediera y no negociara.

Trágicos errores. La gestión tenía que haber sido de otra naturaleza. El final tan nefasto debe servir como lección. Nadie puede ni debe eternizarse en el poder. Traumas como los padecidos por el pueblo de...

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