Mujer de Estado

La vieja acepción, que fue monopolizada durante siglos, de hombre de Estado, y que se con sagró en la política para jerarquizar a los pocos personajes de visión que gobernaron sus países, ya no es un coto cerrado. Ahora se puede hablar de mujer de Estado con iguales connotaciones. Me atrevo a pensar que a la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, se le puede considerar una estadista de jerarquía, a pesar de ser poco el tiempo que lleva en el ejercicio del poder. Brasil se proyecta y consolida en la escena contemporánea, y no sólo como una de las grandes economías emergentes, sino como uno de los pocos países que aspiran a ejercer un liderazgo democrático, de equilibrio y paz. Desde la presidencia de Fer nando Henrique Cardoso, con el tiempo de Lula da Silva y el periodo de Rousseff, el gran país del Sur se afirma no sólo por su desarrollo económico, o por su papel internacional, sino también porque ha tenido la inteligencia y la visión de combinar el crecimiento con políticas sociales orientadas a crear una sociedad democrática, plural y diversa. En nuestro tiempo, esta es la piedra de toque, construir sociedades en las cuales prevalezca la equidad, y la libertad del individuo no sea alterada con la excusa siempre falsa de renunciar a ella en nombre de objetivos superiores. Después de representar a su país en la cumbre de los Brics en la India, Dilma Rousseff cumplió una visita de cinco días a Estados Unidos, conversó con el presidente Obama y sus ministros, con representantes empresariales, inversionistas; pero entre sus tareas más relevantes se cuentan sus diálogos en universidades, porque, como mujer de Estado, Dilma Rousseff entiende que la ciencia tiene las claves del futuro. Que los quirománticos de la política, que ofrecen revoluciones como los milagros de Blacamán el Bueno, quedarán para ilustrar el folklore de la política latinoamericana. Décadas atrás, en los tiem pos de Richard Nixon y Henry Kissinger, Washington trató de seducir a los brasileños con la tesis de que para donde se incline Brasil, así se inclinará América Latina. ¿Pensaban ambos personajes, acaso, en un Brasil equitativo y estable, y en uno de los países emergentes del siglo XXI? Tal vez no. Quién sabe. Tengo la impresión de que los norteamericanos fueron sorprendidos por el surgimiento del gigante del Sur. Mientras libraban sus guerras en Irak y Afganistán, y trataban de remendar la economía de los desmanes de banqueros y especuladores, los estrategas de Washington...

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