Mujer de madera

La trayectoria artística de Lídice Abreu es inusual. La bailarina, que llegó a la danza contemporánea luego de recibirse de bailarina clásica e incursionó dentro de la creación coreográfica con autenticidad y solidez, optó por un viraje impensado a las artes audiovisuales, en concreto dentro del videoarte, no estrictamente referido la danza en su sentido restringido, aunque siempre desde el movimiento y el gesto teatral que, en su caso, resultan inseparables. Como coreógrafa, Abreu penetró hondamente en su mundo íntimo y personal a fin de recrearlo y expresarlo con una poética serena y violenta a un mismo tiempo. Casi siempre intérprete de sus propias obras, reflejaba con realismo y casi patetismo sus visiones regocijantes y también vulnerables sobre la soledad, el amor, la pareja, la familia y la muerte. Fuertemente emocional, su código expresivo sorprendía por lo elaborado de su concepto y la vehemencia de su lenguaje formal. La escena de la nueva danza venezolana surgida entre los pasados años ochenta y noventa tuvo en Abreu un vigoroso punto de inflexión y un factor cierto de diversificación de la concepción generalizada existente sobre la danza escénica. Intuitiva en su exploración y mordaz consigo misma y con quienes la seguían en sus procesos creativos, antes de seguir modelos establecidos prefirió intentar un camino alternativo, al margen de patrones y vocabularios preconcebidos. Los escenarios teatrales tradicionales se hicieron para ella insuficientes y buscó en espacios de representación reales las verdades contenidas en su discurso que, sentía, no alcanzaban plena concreción. El video ha significado para ella no sólo un formato idóneo, sino el medio solitario y riguroso donde intentar la plenitud de...

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