El mundo pararelo del Carrusel Aurinegro

Detrás del espejo, en una irrealidad y en el mundo pararelo, vi ve el Deportivo Táchira. El boato del fútbol, el brillo de las estrellas lo han hecho ver como aquel equipo invulnerable, vital, poderoso y reluciente capaz de enfrentarse a los mejores de Suramérica en fútbol y organización. Los años de goles y luces, de míticas victorias internacionales, de llenos en el estadio de Pueblo Nuevo y todo aquel cosmos de su afición, aquel hablar de fútbol en cada rincón de San Cristóbal, aquellas preguntas inherentes a su pueblo ¿y cómo le pareció el partido? que salen con cada habitante, le han dado una atmósfera de distinto, de único, muy lejos del aquellos que se ha conformado con ser equipos nada más que de partido a partido y de domingo a domingo. Sin embargo, todo parece ser ahora un espejismo, una botella perdida en medio del mar, la otra mitad del mapa del tesoro en manos del pirata. Porque Táchira, quién sabe por qué extrañas razones, se ha perdido en su propia geografía. La crisis parecía venir desde el Torneo Clausura pasado cuando el cuadro gocho apenas pudo terminar en la mitad de la tabla; solo que el título nacional, conseguido ante Zamora, pareció aliviar todos los males que estaban por venir... Y vinieron. En medio de aquel barullo que lo envuelve, del otro la do del espejo hay un volcán que amenaza con llevárselo todo por delante. El Táchira ha perdido aquella pátina que le daba el brillo diferente, y ha entrado en el túnel de las incertidumbres. Unos hablan y otros contradicen. Unos asoman la cabeza y al rato aparecen otros. Es un lío: ¿quién hubiera imaginado que el Táchira, el gran Táchira de mil batallas, tuviera a sus jugadores y técnicos colgando de las dudas después de tener tres meses sin cobrar? ¿Y los premios por la final del torneo pasado? ¿Y el cambio de director técnico...

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