El museo de Tranströmer

Acápite autobiográfico o imagen poderosa de su poesía, el museo será tópico clave para gestar una comprensión. Su domicilio viene condicionado íntegro por el texto y lo condiciona íntegramente: Visión de la memoria Bid y Co., 2009, cuasi un apéndice editado junto con Poemas selectos, con prólo gos de Alexis Romero y Harry Almela, en versión de Roberto Mascaró y contratapa de Patricia Guzmán. De niño se habitúa a visitar museos, especialmente el de Historia Natural. Se fascina, primero, por el soberbio edificio de grandeza babilónica. Acompañado al comienzo y luego solo, recorría las salas tomando apuntes y dibujando los especímenes. Sentía miedo de los esqueletos, tanto de hombres como de animales. Quizá movido por el terror, comenzó a visitar el Museo del Ferrocarril. El magnetismo de las vidas congeladas lo volvería a cau tivar. Haría de los insectos y los peces ocupación capital durante la edad escolar. Sabía ya que sería coleccionista: Mis colecciones estaban en un armario de la casa. Pero en mi cabeza crecía un enorme museo, y entre ese museo fantástico y el muy real, en Frescati, había una relación. Linneo lírico, descubre, colecciona y examina seres disecados, pues los vivos no le interesan. Iba al museo y no hablaba con nadie, quizá porque no había nadie allí, sino él solamente. Un día se encuentra con un profesor que, como él, dialoga consigo mismo. De pronto le habla y conversan como adultos sobre moluscos. Re sultaría un ángel de la guarda para el poeta, pues le enseña el arte de la taxidermia. Se hace entomólogo y se especializa en coleópteros. Y así sería hasta que otros intereses lo hicieran deponer éste que tanto lo alimenta de niño y que, está claro...

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