Por nuestros niños

Traemos al mundo a los niños para amarlos porque somos conscientes de que primero, antes que cualquier otra cosa, desde el afecto es que se construyen los nexos de la solidaridad y de la empatía para lograr eso que llamamos sociedad.Traemos al mundo a los niños para educarlos porque sabemos que lo nuestro es tránsito y solo desde el conocimiento que les leguemos podemos asegurarles que puedan iniciar un camino solos, con un morral de herramientas que les hemos enseñado a usar en el momento preciso. Traemos a los niños al mundo para cuidarlos.Sobre todo para cuidarlos.Porque por mucho que creamos que somos seres superiores, muy dentro de nosotros sabemos que la misión de todo ser vivo es garantizar la supervivencia de su propia especie. En eso no somos diferentes a una ameba o a un delfín. A una mata de cacao o a un hongo del bosque. Chopin y Van Gogh, Platón y García Márquez, la física y la ideología. Todos, simples caminos para el fin más allá de nosotros: reproducirnos y no perecer en el intento.Traer a un hijo al mundo para no cuidarlo es la mayor de las irresponsabilidades.Con la especie humana. Con el alma. Con los sonidos y las luces primigenias del universo; y en un mundo cada vez más inmediatista creemos que cuidar es solo el instante de la angustia: ponerle el suéter si hace frío, tomarle fuerte la mano si vemos acercarse un carro, trancar con llave la puerta, ponerle una rodillera cuando sale a patinar. Claro que eso es cuidar. Claro que cada uno de eso actos garantizará su supervivencia. La nuestra y la de la especie. Pero es solo una parte. Una muy chiquita, por cierto. Cuidar no es garantizarle la supervivencia, es habérsela garantizado. Es un camino a largo plazo sin retorno. Es un mensaje lanzado cuya respuesta nunca podremos conocer, porque el éxito de nuestra misión de padres, en la enorme mayoría de los casos, solo podrá comprobarse luego de nuestra muerte. Un viejo feliz que tuvo nietos es el mayor triunfo al que podemos aspirar como especie que no desea desaparecer de la Tierra.Ese viejo es el triunfo de un padre. De una madre.Nadie llega a viejo si come mal. Alimentar mal a un hijo, cuando estuvo a nuestro alcance hacerlo bien, es la irresponsabilidad máxima.Por ellos, por nosotros co mo especie, es que debemos cocinarles con menos sal desde que son pequeños para que de adultos su umbral de tolerancia sea bajo, y así, cuando algo esté salado, la comida chatarra por ejemplo, prefieran comer...

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