No comer cuentos

La brillante operación militar que terminó con la muerte de Alfonso Cano ha dado lugar a grandes ilusiones sobre el fin de la lucha armada. De paso, parece desmentir a quienes sosteníamos que había desmoralización en las Fuerzas Armadas y un renacer de las FARC. Pues bien, aunque parezca extraño, estas dos vi siones tienen su validez, su sustento. Nadie puede negar que Juan Manuel Santos, pri mero como ministro de Defensa y ahora como presidente, ha asestado los más fuertes golpes a las FARC. Operaciones como Fénix, Jaque, Sodoma y ahora Odisea; la muerte, tras la desaparición de Tirofijo, de Raúl Reyes, el Mono Jojoy y ahora Cano, y de otros jefes guerrilleros como el negro Acacio o Iván Ríos, son trofeos que Santos tiene derecho de mostrar como propios y que se sustentan en un aumento considerable de la Fuerza Aérea, en el entrenamiento de comandos especiales y, sobre todo, en una minuciosa labor de inteligencia, nunca antes vista, dueña de una tecnología de punta. ¿Cómo negar tales aciertos? También a primera vista es válido pensar que las FARC, golpeadas y ahora desarticuladas, no tendrán a mediano plazo mejor opción que el diálogo. Pero este relumbrante optimismo no puede hacer nos olvidar que en la lucha contra las FARC se han descuidado sus otros frentes en los campos político y judicial. Liquidado por error imputable a Uribe y a Santos el fuero militar, jueces, fiscales y magistrados con sesgos ideológicos cercanos a las FARC han parcializado peligrosamente sus investigaciones y fallos. Bastará recordar las condenas flagrantemente injustas impuestas al coronel Plazas Vega, al general Arias Cabrales o al general Uscátegui, víctima de una escandalosa maniobra del colectivo de abogados Alvear Restrepo, que inventó la masacre de Mapiripán e hizo pagar al Estado millonarias indemnizaciones por sus supuestas víctimas. Si a estos hechos sumamos docenas de otros ca...

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